miércoles, 3 de diciembre de 2008

El indígena, un periodismo que aún no se llama así

IPS


El periodismo indígena parece estar en una etapa análoga a la que vivió décadas atrás el ambiental: nacido en la necesidad y la denuncia, expresa la constante tensión entre activismo y ejercicio profesional. El problema es que "somos fuente y somos medio" a la vez, dijo la kankuama Silsa Arias, responsable de comunicación de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), cuando discutíamos esta semana en La Paz cómo ejecutar el trabajo de producción, investigación y redacción en el taller "Minga periodística: Construcción de reportajes indígenas en América Latina". 

Arias es una líder del movimiento aborigen de su país, pero también estudió periodismo y es responsable de las noticias que aparecen en el sitio web de la ONIC y en su radio virtual Dachibedea (Nuestra Voz). De esa constatación se hicieron eco varios participantes del taller, auspiciado por el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), del que participaron aborígenes de Bolivia, Colombia, Ecuador, Guatemala, Perú y Venezuela que asumieron la tarea de informar, educar o denunciar desde radios comunitarias, medios alternativos o locales y organizaciones sociales, con diferentes propósitos reivindicativos o formativos. 

Dos periodistas de Nicaragua no pudieron asistir. Uno porque fue hospitalizado de urgencia por haber contraído paludismo, y el otro no logró convencer a la línea aérea de que no necesitaba visa para ingresar a Bolivia. Sus casos ilustran el tipo de dificultades que saltaron a cada paso desde que la agencia IPS me encargó la tarea de identificar a colegas dedicados a temas indígenas, proporcionarles entrenamiento y asistencia para que escribieran un reportaje cada uno, editar esos artículos y publicarlos en nuestro servicio mundial de noticias. En las zonas habitadas por pueblos originales de América Latina, la brecha digital "es un abismo", aseguraron varios. 

Algunos sólo tienen acceso al correo electrónico una vez por semana o cada 15 días. Eso le pasa al venezolano Jorge Montiel, del pueblo wayuu, que alberga la esperanza de conseguir una computadora propia en unos meses, cuando reúna 500 o 600 dólares para comprar una usada. En tanto, el viaje por río que quiere hacer el colombiano Milton Piranga para escribir sobre un pueblo amazónico en vías de extinción cuesta 1.500 dólares, más caro que un pasaje de avión a Europa. Piranga es de otro pueblo vulnerable, el koreguaje, concentrado en el departamento del Caquetá y reducido a unas 3.500 personas. Su padre, un cacique importante de su comunidad, fue asesinado por la guerrilla cuando él tenía 10 años. 

El idioma español que trajeron los conquistadores quedó expuesto también como materia de tensiones. Obligados a dominarlo para comunicarse entre sí y con el resto de la sociedad, los indígenas lo usan a veces a regañadientes. Había que ver a los invitados llegados de otros países entrevistando a campesinos aymaras en las montañas de Loripata, a 300 kilómetros de La Paz. Doña Teodora explicaba impasible en su lengua cómo había construido en 25 días y con ayuda de sus vecinos la terraza en la que plantó nabos, hasta que una colombiana se impacientó: "Háblame en español, así no nos entendemos". Ante la insistencia, Teodora accedió a intercalar en su discurso algunas palabras en castellano. 

La traducción simultánea, a cargo de un técnico del FIDA, sonaba demasiado sintética y nos dejó a todos con gusto a poco. Entonces, los entrevistadores decidieron grabar a la entrevistada en su lengua y pedir más tarde una traducción completa del registro al corresponsal de IPS en Bolivia, Franz Chávez, que domina la lengua aymara. En Loripata, unas 50 familias de tres comunidades sobreviven luchando contra la erosión de sus tierras, pequeños predios en empinadas laderas, cuyos suelos y abonos son arrastrados por el agua cada vez que llueve. Un programa financiado por el FIDA los asiste con fondos y ayuda técnica para recuperar antiguas prácticas de cultivo como las terrazas, que impiden la erosión, y para plantar árboles. Cultivan papas, maíz, algunas hortalizas, crían gallinas. Pero nada alcanza para superar la desnutrición. 

Sin embargo, nos recibieron con un banquete: papas de distintas variedades, hervidas u horneadas, yucas, tortillas de huevos criollos, pollos asados y hasta ensalada, una excentricidad sólo presente para agasajar a los visitantes. Mientras descendíamos por el sendero desde las terrazas hasta la aldea, la peruana Milza Hinostroza, de 23 años, egresada de una facultad de periodismo y parte del programa radial "El Cafetalero", pasó de entrevistadora a fuente, cuando comenzó a contar las realidades de los pequeños productores de café de su país, un tema que domina. 

En el taller hubo preguntas que eran desafíos. "¿Por qué tenemos que consultar como fuente a las empresas denunciadas por contaminar o saquear nuestras tierras o a los gobiernos, si ya salen todos los días en el periódico o en la televisión?". "¿Por qué tenemos que seguir los principios de imparcialidad, veracidad, multiplicidad de fuentes, si los grandes medios no lo hacen cuando informan sobre nosotros?". Las respuestas fueron por aproximación. Porque un artículo periodístico realizado con rigor puede llegar a un público más amplio que una declaración de denuncia, puede conmover a más personas, puede exponer los problemas de una manera más rotunda. 

Además, el periodismo es una herramienta maravillosa para obtener una perspectiva amplia de la realidad, para aprender a armar el rompecabezas de los problemas cotidianos, para ver las conexiones ocultas de los hechos y para notar los matices. Los hombres y las mujeres que se reunieron esta semana en La Paz llegaron al periodismo por necesidad, movidos por una urgencia anterior: denunciar lo que les pasa a los pueblos originarios de América Latina. Agradecieron la posibilidad del encuentro, del diálogo y de recibir un poco de ayuda técnica. El tiempo dirá si se apropian o no de este oficio. 

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