sábado, 28 de marzo de 2009

La voz en marcha de los indígenas

Tomada de la edición impresa del 29 de marzo del 2009 Imprimir
Enviar a un amigo La voz en marcha de los indígenas

FOTOS: CARLOS POZO / El Telégrafo

En Saquisilí se trabaja de forma analógica y con escasos recursos. Centro: Niños de Pastocalle graban “El sembrador del saber”.
Pobladores kichwas asentados en Cotopaxi usan la radio para transmitir las noticias de su etnia. Antes la labor era solo de los adultos; ahora los niños se preparan, con elementos digitales, para difundir su cultura.





Santiago Naula es un atleta sin medallas. Si actualmente estuviéramos en tiempos incas, quizás, alguna tendría. En aquella época ser un chasqui (mensajero) era un oficio premiado. Pero como las cosas cambian “les viran el nombre a todo y nos dicen periodistas”, reflexiona este hombre menudo, de pasos cortos y andar rápido, que viste un abrigo tejido a mano y carga, en un bolso cruzado labrado a lo indígena, sus apuntes de lo que en cada pueblo kichwa debe hacer.

Él a diario visita comunidades de Cotopaxi. No recoge cartas elaboradas a puño y letra, pero sí noticias producidas a fuerza de la voz. Desde que amanece va hacia parajes andinos donde los remitentes de los mensajes son reporteros comunitarios y los destinatarios son los radioescuchas de la emisora Latacunga.

“Soy un voluntario de la información”, admite Santiago y a renglón seguido deja claro que él, como otros pobladores kichwas de la provincia, han aprendido a “retomar la labor de los chasquis: ser comunicadores populares de nuestro terruño”.

En efecto, él se concentra en propagar esa labor y por eso en la tierra de la Mama Negra le adjudicaron un cargo formal: coordinador de las 9 cabinas radiofónicas de grabación y de los 16 centros pedagógicos de comunicación para unos 60 niños de escuelas interculturales bilingües.

En palabras propias se encarga de “dar un micrófono a los indígenas para poner su voz en marcha”, repite tal cual dicta el eslogan de Radio Latacunga, la que hace de caja de resonancia de lo que producen las comunidades.



Como están en el oficio hace más de 20 años, las noticias les llegan a los micrófonos y no salen siempre a buscarlas

Para que eso funcione Santiago sabe que tiene que armar una agenda, más que informativa, de visitas de mensajería. El jueves pasado, por ejemplo, su punto de recolección fue Saquisilí. Allí lo esperaban José Luis Cofre y Luis Perdomo, los encargados de la cabina y el programa “Hatarishunchik” (A levantarse), para que los guíe en su entrevista con el concejal Francisco Ayala, quien otra vez se postula.

Allí la asesoría siempre hace falta, pues aunque las cabinas nacieron en 1981, no se han alimentado de tecnología. Sus equipos son analógicos, las cosas se graban en casetes, la mezcla de sonidos es posible solo gracias a una grabadora externa que reproduce CD’s y da un toque musical al iniciar y finalizar sus programas. Pero las canciones se combinan con el ruido, pues las cabinas no están equipadas para que los sonidos externos no se filtren.

Las paredes son de plywood y la puerta del estudio permanece abierta, por lo que cualquier ciudadano ingresa y los conductores deben estar todo el tiempo atentos para hacer señas de que solo ellos y su invitado pueden hablar. Así el trabajo tarda.

Igual Cofre ya ha previsto que laborará en las elecciones y por ahora hace entrevistas directamente en su espacio de trabajo porque no tienen grabadora para ir a hacer reportajes afuera. Su ventaja es que como están en el oficio desde hace más de 20 años, en Saquisilí los ubican y las noticias les llegan directo a los micrófonos y no siempre van a buscarlas. Por ejemplo, Ayala sabe que su transmisión no es en vivo, pero no pide que la entrevista sea en su despacho. Él va al mediodía al estudio, expone su plan de trabajo e incluso se refiere al proceso de comunicación que tienen en el cantón.

Quiere ampliar la red inalámbrica a las escuelas y que el proceso mejore en tecnología y cobertura. Cofre y Perdomo lo escuchan, aunque saben que en esa fase no entrarán. “Preferimos que las vinculaciones políticas y empresariales no entren. Es la única manera de ser independientes, aunque el costo sea trabajar con humildad”, reconoce Santiago, mientras espera que le den el material para transmitir.

Y lo de humilde se nota también en los reporteros comunitarios. Todos son voluntarios, no tienen remuneración y solo por temporadas reciben capacitación radiofónica. Perdomo no ha iniciado ni la universidad porque no hay dinero y le dedica solo un día de la semana a la cabina, los demás los trabaja para poder comer.

Él hace la segunda entrevista de su programa a Rafael Tuhapanta, presidente de la organización indígena en Saquisilí. Así completarán los 15 minutos que les restan para lograr el espacio de media hora que les conceden. Al culminarla, Cofre introduce una canción indígena como despedida, Perdomo escribe en la caja del casete la identificación del programa y su contenido. Dice que graban lo que alcanzan, pero que nunca dejarán de incluir a personajes cotidianos del sector.

Una vez que el programa está listo, Santiago lo toma y lo pule para que en la emisión no salgan los ruidos que se filtraron en las entrevistas. No le da mucha importancia a los pocos recursos con los que laboran esos reporteros, porque ya preparan a las nuevas generaciones con tecnología. Incluso por eso de las 9 cabinas, ya solo funcionan 4. Lo demás se concentra en las escuelas.

Eso lo preocupa más porque afirma que su voz (asumiendo a toda la etnia) se escuchará mejor cuando los niños crezcan, pues ellos desde 2001 aprenden de forma digital a armar una transmisión. Y porque esos voluntarios “son más avispaditos y preguntones”, menciona al recordar una experiencia en la presentación del plan Aliméntate Ecuador.

Los niños comunicadores de Pastocalle fueron a cubrir el hecho, se colaron entre reporteros acreditados y lanzaron las primeras y únicas preguntas. Al final, los pequeños tuvieron más espacio de publicación que el programa gubernamental, ya que los reporteros quedaron encantados con quienes les arrebataron la primicia.

Precisamente, el viernes visita el cantón y allí no espera recopilar algo montado en una cinta de audio, sino en un CD y muy pronto ni siquiera tendrá que ir a recoger nada. Con un cable de conexión, la transmisión será directa.

Pero mientras eso pasa Evelyn Sánchez, Anthony Ibujece y Lisbeth Caisalitin sacrifican algunos recreos para armar y editar “Alli yachayta tarpushpa” o “El sembrador del saber”. No importa no jugar un par de días, porque les gusta que los grandes escuchen lo que quieren ser cuando crezcan, según Evelyn, la más vivaz de los reporteros.

Ella, con sus 11 años, calla a los que interrumpen cuando entrevistan, revisa en su programa ‘Encarta’ las fechas cívicas y los personajes destacados del país.

Sabe cómo se hace una mezcla con los programas Cool Edit y Adobe Audition, además dirige el club de periodismo con sus 14 integrantes. A ninguno le permite hablar mientras están fuera de los micrófonos, porque desconcentran al resto y detesta que se le mezclen murmullos.

Anthony y Lisbeth siguen sus señales cuando les da paso desde el puesto de control y como Santiago los visita han decidido entrevistarlo. Interrogarlo sobre la razón de su llegada, que identifique su labor y envíe un mensaje a los radioescuchas.

No dudan en preguntar y por eso son la “sensación” en las coberturas en vivo, reconoce Anthony. El día previo cubrieron la entrega de material de salud para su comunidad.

“Metemos la grabadora y como somos chiquitos, si hay mucha gente, nos escabullimos y sacamos la noticia”, relata Lisbeth a quien le gustaría seguir así cuando crezca. Buscando primicias y no permitir que otro se las gane. Ella y su grabadora van sin miedo hasta alcanzar la boca de su protagonista.

Francisco Neto, director del centro El Sembrador, ríe ante la aseveración y reconoce que con ese ánimo de contar lo que pasa en su cantón, y lo que ellos quieren, los niños han dejado la vergüenza y así hacen valer sus derechos y se vuelven líderes.

Evelyn lo asume como cierto, pero no se le infla el pecho. Es viernes y debe sí o sí acabar el programa por lo que apresura la labor. Llama a otros tres niños para que hablen de sus aspiraciones profesionales: maestro, médico y el último que duda de si en el país podrá estudiar para científico.

El tiempo a Evelyn no le alcanza, no ha hecho la mezcla debida y Santiago se va. Les toca quedarse dos horas después de la clase.

En la tarde todo estará listo y su director irá hasta Latacunga para llevar el CD. Santiago no se complica porque sabe que con la producción cubrirá un buen espacio.

Retorna a la capital con el mensaje de que la transmisión se concretará. No duda, tiene confianza en sus remitentes. “Ellos saben que un chasqui no le falla a sus receptores”, asegura y él, desde 1987, no lo ha hecho.
Mariuxi León
mleon@telegrafo.com.ec
Editora - Diversidad

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