domingo, 15 de marzo de 2009

El rostro de la democracia ciudadana

Tomada de la edición impresa del 15 de febrero del 2009

FOTO: ALFREDO PIEDRAHITA

Julián Guamán, presidente del Consejo de Participación Ciudadana.

El rostro de la democracia ciudadana

El páramo y la selva son parte de su identidad, también los libros que lo llevaron a convertirse en un estudioso de la realidad indígena.


La imagen en el espejo rebota al mismo personaje. El líder indígena aparece y se mezcla con el intelectual que estudió Antropología, Derecho, Teología, Estudios Latinoamericanos, hizo posgrados y publica libros. El aborigen de poncho y cola de caballo, que conoce los misterios de la selva, se hace uno con el cosmopolita que estudió fuera del país. El padre de una familia quichua es también el presidente del Consejo de Participación Ciudadana. Todos confluyen en un mismo rostro: el de Julián Guamán.

A este nativo puruhá, nacido en la parroquia Cebadas, una localidad fría y altísima del cantón Riobamba, lo puebla la sencillez, pero también el orgullo de quienes se saben dueños de una cultura única, de una raigambre histórica que llevan en los genes y traspasan como un aliento a las generaciones que les suceden.

“Nací en la comunidad Basquitay Quillincocha, en 1970, el 21 de septiembre. Cuando tenía 7 años fui a la escuela Alejo Sáez, en la parroquia Flores”, empieza a relatar Julián y da inicio a una historia que arranca en el altiplano, circunvala la fe y parece acabar en una promesa.

En Cebadas vivía entre el pajonal, a 4.600 metros sobre el nivel del mar. Le gustaba llegar a la parte más alta, porque mientras más subía la sensación de libertad era más intensa. Desde allí, podía ver a ambos lados, las montañas del oriente y del occidente. “Es interesante estar allá, en pleno páramo”, dice y su mente vuela al pie del cerro mítico Puchi Urko y la laguna, cercanos a la casa donde vivió hasta los ocho años.

Su padre era un pequeño minifundista que sembraba papas, tubérculos, cereales, trigo y cebada. Tenía, además, unos pocos borregos, un ternerito, un par de chanchos y unos cuyes. Pero antes de que Julián terminara la escuela, la familia con cuatro hijos y los animales a cuestas debió migrar a la Amazonía; y se instaló en la parroquia Arosemena Tola, cantón Tena, provincia del Napo.

La razón de esta mudanza, que le dio a Julián la oportunidad de vivir en la selva, fue que entre 1973 y 74, la “mala reforma agraria que el país y la mayoría de países latinoamericanos tuvieron” obligó a muchos indígenas a habitar en lo que Julián define como “las malas tierras de allá arriba”, pues las mejores, recuerda, quedaron en las grandes haciendas que había en la Sierra.

Julián no habla de oídas. Él no solo ha vivido en carne propia, sino que ha estudiado a fondo la problemática indígena, sobre la cual ha publicado dos libros. Además, tiene dos licenciaturas obtenidas en Costa Rica, una en Estudios Latinoamericanos y otra en Teología. Hizo estudios antropológicos, en Derecho, una maestría en Relaciones Internacionales en la Universidad Andina y está de candidato a un doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Pero antes de todo esto, estuvo la selva.

¿Cómo cambió la vida cuando llegaron al Tena?
Cambió mucho. Mi padres habían comprado unas 50 hectáreas de terreno. Desde la línea de la carretera, para llegar a casa, debíamos entrar 45 minutos o una hora. Estábamos en plena selva. Uno se siente allí como parte de la naturaleza, no está por encima de ella. Si en la Sierra hay una sensación de libertad, en la selva es como si uno fuera parte de. La naturaleza te guía y te orienta. Es increíble.

¿Allí también se dedicaron a la agricultura?
Por supuesto. Creo que uno de los mejores momentos de mi vida fue cuando mis padres se dedicaron a cultivar café. Eso fue por los años 80. También, tuvieron algo de ganado vacuno para la leche y para carne.

¿Y usted aprendió el oficio?
Sí. Después de regresar de las clases ayudaba en las labores del trabajo de campo.

Sin embargo, lo que lo atrapó fueron los libros y la educación, digamos, formal.

Sí, ya cuando estuve en el colegio me di cuenta de que a mí siempre me llamó la atención estudiar. Fui siempre el mejor estudiante en la escuela y también en el colegio.

Entonces, ¿no se sorprendió ahora cuando obtuvo el mejor puntaje (sacó 97,5 sobre 100), en el concurso de méritos para integrar el Consejo de Participación?
No, porque creo que estaba preparado para ello.

¿Quiénes fueron las personas claves en su formación?
Mi padre siempre nos decía: “yo no quiero, hijos, que ustedes sean como yo”. No quería que fuéramos agricultores ni analfabetos. Eso fue clave. Pero, también, había un personaje importante que animaba para que estudiáramos, porque veía que la educación era el futuro. Era un pastor evangélico que fue importante en mi vida.

¿Sus padres también son cristianos protestantes?
Por supuesto, mis padres fueron unos de los primeros evangélicos protestantes en Chimborazo. Por tanto, yo nací en un contexto y en un hogar evangélico. Ellos fueron evangelizados por otros indígenas que, a su vez, fueron evangelizados por misioneros. En Chimborazo, en su mayoría, la población se declara evangélico-protestante. Es por esto que uno de los libros que yo más aprecio es la Biblia. Porque con la Biblia yo aprendí a hablar y a escribir. Sobre todo la versión de 1960. Es maravilloso el texto bíblico cómo está redactado.

¿Habla de la versión Reina Valera?
Así es.

Pero imagino que también aprendió a leer la Biblia en quichua
Por supuesto que sí, pero eso fue mucho más tarde. De todos modos en la familia siempre hablamos en quichua. Mi papá, mi mamá, mis familiares, todo el mundo habla en quichua. Fue la primera lengua en la familia y la segunda lengua de relación era el castellano.

En esta época ¿usted soñaba con estudiar Teología?
Ja. Interesante. Mi padre siempre quiso que fuera pastor y, a la vez, abogado. Esas eran sus aspiraciones. Pero a mí me gustaban las matemáticas, también. Sin embargo, las cosas cambiaron porque terminé el colegio en Tena en 1989 (colegio nacional mixto Tena), y viajé a Quito tratando de estudiar la carrera de Derecho.

¿Quién lo ayudaba?
Bueno, ese tiempo fue difícil. No pudimos reunir suficiente financiamiento para completar la universidad. Sin embargo, debo reconocer que la iglesia del Pacto Evangélico de Ecuador, me dio una mano. Estuve estudiando en el seminario teológico de la Iglesia del Pacto y, a la par, empecé a estudiar en la universidad Salesiana Antropología. Allí estudié 3 semestres.

Parece que siempre quiso vincularse con las Ciencias Sociales, ¿es que no le interesaba tanto la aplicación monetaria de su estudio?
Sí, pero también las circunstancias me obligaban, no tenía otra opción. Porque yo quería en Quito estudiar Economía, pero no tenía financiamiento, porque las clases eran en la mañana. Estaba en ese contexto y tuve vínculos con el Consejo Latinoamericano de Iglesias, que es una organización que agrupa iglesias evangélicas históricas, como la Luterana, la Anglicana, Episcopal, Presbiteriana, Metodista, en América Latina, y tiene sede en Quito. Entonces, el secretario general de ese entonces fue quien me apoyó para que tramitara una beca del Consejo Mundial de Iglesias.

¿Así pudo seguir sus estudios en Costa Rica?
Así es. Ellos me proveyeron una beca, y estudié en Costa Rica dos carreras. Hice una licenciatura de Teología Latinoamericana y tuve la oportunidad de estudiar con teólogos y filósofos de la Liberación y recibir conferencias de personajes como Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff (NR: son dos de los representantes más destacados de esta corriente teológica que comenzó en Iberoamérica después del Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín, en 1968). Y, a la par, estudié la carrera de Estudios Latinoamericanos en la Universidad Nacional de Costa Rica. Por eso saqué dos títulos.

La Teología de la Liberación intenta responder a la cuestión que los cristianos de América Latina se plantean sobre cómo ser fiel a su religión en un continente oprimido. Este pensamiento fue vital en la ruta de Guamán, pues lo llevó a vincularse más activamente a las organizaciones indígenas y otras que protegen a los niños, niñas y adolescentes. Entonces, surge Guamán como una especie de sociólogo de la religión indígena.

¿La Teología de la Liberación hizo nacer en usted un impulso por un accionar más amplio, más comunitario?
Bueno, la visión comunitaria siempre la tuve. Porque es parte de la cultura indígena. Los principios de la ética, como la reciprocidad, la solidaridad, la complementariedad, creo que la visión social es evidente dentro de la lógica indígena.

Claro, eso en el discurso, pero le preguntaba por la acción, porque es muy reivindicativa esta Teología.

Por supuesto que sí. Efectivamente, pero mi inclinación siempre fue, además de las bases teóricas de la teología latinoamericana, ver cómo vincular al mundo indígena el tema de la fe cristiana en términos teológicos.

En sus escritos sobre Teología indígena usted dice que la dominación y la esclavitud a la que aún está sometida parte del pueblo indígena se rompió, en algo, con la incursión del evangelismo. ¿Qué tan real es esto en la práctica? ¿Qué parte de su pueblo cree que ha logrado liberarse?
Bueno, la religión a veces domina y a veces libera. Y en el caso particular de Chimborazo creo que hay dos vertientes para la liberación indígena. Pero definitivamente el puntal de todo creo que fue el aporte que hizo el monseñor de los indios, Leonidas Proaño. Su trabajo fue importantísimo.

A pesar de que él era católico...
Claro, porque se encajó con la lógica protestante inclusive, a pesar de que suene contradictorio. Pero ese hecho desencadenó que ciertos indígenas se decidieran por la fe evangélica. Es interesante para debatir teológicamente este punto. Pero eso pasó.

Usted en sus estudios habla sobre el concepto de la alteridad, que es pensar en el otro, reconocer al otro como un ser importante. ¿Usted siente que el pueblo mestizo del Ecuador ha logrado reconocer a ese otro indígena?
Creo que en ese proceso estamos. Sin embargo, todavía hay mucho que hacer. Y eso tenemos que verlo en el Estado, por ejemplo, esa alteridad, también en lo privado y en las instituciones, tenemos que trabajarla. Pero creo que sí hemos dado un paso importante en la sociedad ecuatoriana en ese reconocimiento del otro.

El hecho de que a usted le interesara este tema del evangelismo indígena ¿no lo hizo querer ser parte de la Feine (Federación de Indígenas Evangélicos del Ecuador)?
Bueno, yo mantengo mi fe evangélica, asisto a una iglesia pero eso no significa que yo haya sido parte de una organización. Más bien, por mi formación he estado involucrado con organizaciones base del movimiento indígena.

¿Qué pasó con el sueño de su padre de que se convierta en un pastor evangélico?
Bueno, jaja. Es que uno depende también de las vocaciones que tiene. Para mí el pastor, el sacerdote o el párroco tienen que tener ciertas cualidades que yo no tengo. Una de las más importantes es ser capaz de entregar la vida por los demás, es lo que se conoce como amor ágape.

Guamán volvió de Costa Rica el 4 de julio de 1999, estuvo allá cerca de 6 años. Y el regreso le deparó una mayor participación en organizaciones indígenas y de protección a la niñez.

Fue secretario del diálogo ecuménico que en 2000 empezó la pastoral indígena de la diócesis de Riobamba con el sector evangélico. “Tanto el sector evangélico ecuatoriano como el indígena son conservadores. Fue un reto establecer ciertos vínculos”, recuerda. Entonces, Guamán empezó a convertirse en un líder indígena.


En un artículo usted explica que en el mundo indígena no existe una palabra para determinar el liderazgo. Existen dos que se aproximan. Una de ellas es “pushak” que es la persona que conduce y que guía momentáneamente al rebaño. ¿Se identifica con esta definición?
Hay dos palabras: pushak y kunak. Por lo general los pushak son temporales. Son, por ejemplo, los presidentes de la comunidad. Todos tenemos la opción de ser elegidos, es una responsabilidad, sabemos que todos los que vivimos en la comunidad algún día podemos presidirla. En cambio, el líder kunak es el que ha pasado por todo ese proceso, pero tiene más experiencia y más años, por lo general son ancianos. Son los que generalmente resuelven problemas de índole moral y legal. En cambio el pushak, se limita a los de índole administrativo, social, temporal. Yo creo que por mi edad estoy recién apenas en lo que es pushak. No tengo la edad, la experiencia ni la sabiduría suficiente para ser un “kunak”. Ya llegará el momento.


Pero, a su regreso al país, Julián también encontró el amor en una mujer de su pueblo, de nombre Elsa Yantalema, quien es ingeniera en Administración de Empresas. En el espejo aparece el padre de familia.

Con Elsa se casó y tuvo tres hijos: Samy (su nombre significa ‘fuente de energía vital’ y tiene 8 años), Kory (‘preciosidad’ en quichua y tiene 6 años) y a su hijo varón Ariruma (“árbol de paz”, 3 años).

A pesar de que ahora reside en Quito, su hogar sigue estando en Cebadas.

Así es. Soy domiciliado en Cebadas y me casé con una cebadeña en 2000, estoy registrado allá. Mis hijos, mis hijas también están registrados allá. Por eso siempre digo que soy de Cebadas, de Guamote, Chimborazo.

Usted se casó con una cebadeña y se quedó a vivir en su comunidad. Es decir que luego de salir al mundo y de estudiar, volvió a su raíces ¿por qué?
Yo tuve muchas experiencias y al fin tuve que decidir quedarme y procrear a mis hijos con una mujer de mi propia cultura. Uno piensa en el futuro, en cómo mantener la tradición, la costumbre y, por tanto, la ideología…

En ese sentido usted es muy conservador.
Yo conservo la tradición propia indígena de mis ancestros, así es.

Marcela Noriega
mnoriega@telegrafo.com.ec
Editora de Actualidad

1 comentario:

  1. Excelente la historia igualmente todos los indígenas estamos en ese proceso.

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