jueves, 21 de agosto de 2008

Push and Pull Factor

Por Javier Maigua

“Las fronteras nos cayeron en barcos como peste de media noche desde el otro lado del Gran Agua, y desde entonces no amanece...” decía mi abuelo, un runa
kichwa.
Caballo Loco, se rasca la mollera de desasosiego al mirar a los paramilitares del
Minuteman apostados en la frontera como esperando moros en la costa. ¿Y a nosotros por qué nunca se nos ocurrió eso? se pregunta el impávido guerrero en tono de reproche, y se responde a sí mismo: porque a los indios jamás se nos ocurriría el absurdo de las fronteras –un vuelo de Ayawaska–.

Gerónimo, diría: “cara pálida mentir” al notar la ambigüedad del George W. (war) Bush II y ciertos congresistas y senadores de cuyos designios dependen la ‘suerte’ de millones de futuros y de cerebros que esperan una oportunidad de retribuirle al país que les abrió los brazos pero que aún está por verse si les abre su corazón.
Espero que a ningún cerebro brillante se le ocurra un genocidio de cerebros.

En sociología gringa, este fenómeno se llama Push y Pull Factor –factor de empuje y tire–. En la actual coyuntura el Push Factor es la globalización, y el Pull Factor las asimetrías que causa la monopolización de recursos y libertades en pocas manos. Por ejemplo: en la paradoja de la dinámica global, las transnacionales utilizan la misma lógica que los desplazados económicos (migrantes) –que buscan en el norte, ese algo que las leyes del mercado hechas a imagen y semejanza de los intereses corporativos les arrebataron en el sur–, saltan el río a la inversa con la seguridad jurídica que les proporciona la libertad del comercio, gastan menos y aumentar el plus valor.

En este contexto, el proyecto de convertir a millones de humanos en delitos ambulantes, es una suerte de amnesia histórica, inmoralidad jurídica y deterioro de las condiciones y derechos humanos de los peregrinos. La aplicación del proyecto Bush, nos llevaría: en el peor de los casos a un suicidio social y económico de efecto cuasi inmediato por la ausencia de mano de obra regulada en áreas sensibles como la agricultura, creando un desequilibrio considerable entre la oferta y la demanda.

Pero, Estados Unidos porfía en tratar el tema de la inmigración con los mismos modales que atiza para con el narcotráfico o el terrorismo: combatir los efectos pero no las causas. La inmigración irregular, no es un problema de legalidad sino estructural, que puede solucionar en parte con una decisión política.

Estados Unidos no puede darse el lujo de ignorar la historia y aprender de sus hechos, como lo que le ocurrido a la próspera España medieval cuando a razón de una limpieza de étnica terminó expulsando a moros y a judíos de su territorio. El resultado fue una profunda oscuridad económica, cultural, social etc., de la que hasta hace poco España, parece haberse recuperado gracias a su adhesión a la Unión Europea –algo que Latinoamérica debería tomar como referente– y sacar de las sombras a cientos de miles de inmigrantes.

Mientras el dilema de ser considerados ilegales se parezca a la cruel remembranza colonial, en la que los jerarcas de la invasión (‘conquista’) se enfrascaban en sendos concilios para determinar si los indios tenían o no alma. La dignidad, tendrá rostros de marchas y voces que demanden justicia en el país de la tan mentada democracia; porque, justicia y democracia van de la mano o no van. Sin embargo, de continuar las desigualdades que impone el status quo, habrán más humanos dispuestos a cruzar esas fronteras invisibles y punibles, porque sencillamente el hambre no entiende de miedos, ni los sueños –incluida la propaganda del
American Dream– entienden de visas ni fronteras.

Semanario La Raza, Chicago. Publicado el 05-16-2006.

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